Historia de Kuky
Kuky era un macho belier que llegó muy pequeñito a los brazos de Marina, tenía tan sólo 2 meses. Marina se instruyó todo lo que pudo a través de internet y algunos veterinarios exóticos, pero en ese entonces, la información no era tan amplia como hoy en día, y hasta los doctores se equivocan a veces.
Kuky creció en una superficie lisa (piso flotante), y de pequeñito usó durante un tiempo arena de gato en su baño (recomendación de su veterinario en aquel entonces). Con el tiempo se fue adaptando su ambiente con pequeñas alfombras puesto que el piso se le hacía muy resbaloso; y la arena de gato fue reemplazada por una bandeja que mantenía una distancia entre los deshechos y sus patitas. Tenía pellet a disposición, verduras (hojas verdes) dos veces por semana y agua fresca día y noche.
Al cumplir 3 años Kuky comenzó a presentar problemas en sus ojos. Le recetaron diferentes tipos de colirios y le entregaban diferentes diagnósticos, pero nunca pudo mejorar. Se le infectaban a menudo y tenía un lagrimeo constante que duró de por vida.
Al cabo de 5 años, Kuky se notaba cansado, ya no saltaba a los sillones a jugar como lo hacía antes, y cuando corría, se notaba una leve dificultad para avanzar. Fue entonces cuando Marina decidió adoptar un "compañerito para Kuky", Pelu.
Fue una sociabilización muy fácil, Pelu era un bebé de 2 meses, mientras que Kuky luego cumpliría 6 años. Todo esto hizo que Marina nuevamente investigara sobre doctores especializados para poder sexar a Pelu antes de que fuera más grande. Fue precisamente lo que se quería evitar, lo que finalmente sucedió, Pelu cunado se supo que era hembra, ya estaba preñada, y luego Kuky y ella fueron padres por primera vez.
Todo esto produjo gran estrés en Kuky, y comenzó a presentar una alopecia que el doctor, a través de un raspaje de pelo y piel, diagnosticó como "ácaros". Durante aproximadamente 2 meses, Kuky estuvo recibiendo baños cada 3 días al principio y luego 1 vez por semana con champú especial y pipeta. Recibió alimentación especial, se introdujo en su dieta heno y vitaminas.
Siguió pasando el tiempo y Kuky finalmente se adaptó a su nueva vida y compartía feliz con con Pelu y 2 de sus retoños. Al poco tiempo de todo este cambio, Kuky perdió finalmente la vista de uno de sus ojitos. Tiempo después tuvo un obseso enorme en su cara que afortunadamente fue disuelto con remedios. Comenzó también a caminar más lento y ya no se subía a ninguna parte, y si lograba hacerlo, había que ayudarlo a bajar. Se hacía evidente que Kuky seguía envejeciendo.
Un día, al llegar Marina del trabajo, vio que Kuky estaba atrapado debajo de una silla y en una posición que difícilmente podía liberarse. El doctor lo revisó inmediatamente y parecía estar todo normal, sin embargo, al día siguiente Kuky ya no pudo volver a juntar sus patitas traseras. Ninguna radiografía mostraba lesiones en su columna, pero sí reflejaba una leve osteoporosis en sus extremidades. Se llegó a la conclusión de que todo en conjunto a lo largo de su vida había provocado estos problemas de salud en Kuky, es decir, su deficiente alimentación, piso resbaladizo que no permitió fortalecer sus músculos y arena de gatos que afectó su vista. La vida de Kuky ahora cambió por completo, ya era un conejito senior con poca visión y discapacitado.
Lamentablemente pese a los grandes esfuerzos de Marina por lograr una mejoría en él, todo empeoraba. Presentó una otitis severa y una infección urinaria. Los antibióticos bajaban sus defensas, él ya no podía comer por sí solo sus cecotrofos.
Fueron meses muy dolorosos tanto para Marina como para Kuky. No hubo ningún lugar en donde se le haya podido rehabilitar, en donde haya podido recibir terapias y menos un scaner para detectar exactamente que estaba pasando con Kuky. Fueron meses muy angustiantes y de mucho dolor emocional. Tuvo que pasar varios meses antes de que Marina se resignara a que Kuky ya no sería el conejito saltarín con quien ella jugaba cada vez que llegaba a casa.
"Ya han pasado dos años de que Kuky no está conmigo, y al mirar en retrospectiva, me doy cuenta de que no fui lo suficientemente fuerte para ayudarlo. Yo esperaba que los doctores me dijeran que tenía, y cómo sanarlo, pero no se podía por más lugares que buscaba, y yo no me daba cuenta de eso. Ahora sé que hay que ser fuerte y sacarlos adelante. Es muy fácil que un conejito dañe su columna, o sufra alguna otra lesión por cualquier motivo, y más que ponerse a llorar junto a él, ¡hay que actuar! La vida para ellos sigue, y podemos hacerla más fácil si además de seguir las indicaciones de los médicos, ponemos de nuestra parte, somos valientes e improvisamos o buscamos los medios para que puedan seguir adelante, y que mejor ayuda que la de aquellos que han pasado por situaciones extremas con sus conejitos y hoy pueden aportar con sus experiencias "